sábado, 23 de abril de 2016

Yrian Diente de Sable

Mi nombre es “Yrian Diente de Sable” y esta es mi historia:

Nací en una cómoda aldea en las montañas de Nahanni, de la cual ya no queda ni rastro. Mi nacimiento fue prematuro, mi madre dio a luz un mes y medio antes del tiempo estimado y esa fue la causa de que mi constitución fuera más débil que la del resto de los niños. Para todos era un milagro que yo siguiera vivo, que siguiera creciendo pese al frío y pese a que mi cuerpo no iba a tener la fuerza suficiente para combatir a la madre naturaleza. Mi infancia fue satisfactoria, el ser hijo de los jefes de la aldea me hacían un niño con bastante poder sobre el resto, pese a que ellos tenían unos atributos físicos claramente superiores. Eso me gustaba. Pero al cumplir los 8 años tuve las primeras consecuencias de mi fortuito nacimiento. En casi todas las aldeas de Nahanni cuando se cumplían los 8 años era el momento en el que los pequeños se convertían en adultos, se empezarían a preparar para el arte de la caza, y para el arte de la guerra con el fin de poder alimentar y defender la aldea de todos los posibles peligros que acechaban a nuestro hogar. A mí me destinaron al huerto… Con las niñas.
Odio recordar esos meses de vida, viendo continuamente como padres e hijos llegaban juntos de sus viajes arrastrando las presas con sus caballos. Triunfales, entre carcajadas y el aplauso de todas las mujeres de la aldea. Eran héroes.
Me pasé semanas escabulléndome por las noches para aprender yo solo a pelear, a cazar y a defenderme. Practicaba con los utensilios del huerto. Si era cierto que mi cuerpo no tenía la fuerza del resto de los niños también lo era el que mi cuerpo gozaba de una agilidad nunca antes vista en la aldea, era más rápido que ninguno sin duda alguna. Tras semanas intentando mejorar por mi propia cuenta mis habilidades me presenté ante mi padre y le dije que estaba preparado para ir con ellos, contándole con entusiasmo y haciéndole una representación gráfica de la agilidad de mi cuerpo. Afrik, mi padre, me dijo que sacara su espada de su vaina. Lo hice y automáticamente se calló al suelo del peso, me soltó un puñetazo en el hombro del que salí despedido unos metros hacia atrás y me dijo. –¡Inútil! ¡Nunca serás un buen cazador! ¡Maldigo el día en el que naciste!-. Salí de allí corriendo, fuera diluviaba y no se veía nada, (la luna no lucía brillante esa noche), aun así no me importó lo más mínimo. Seguí corriendo y corriendo durante un largo tiempo, las lágrimas en mis ojos se fundían con las gotas de la pesada lluvia que caía sobre mí y que hacían que el terreno fuera una mezcla entre fango y barro.
Por fin di con una cueva, entré en ella calado hasta los huesos, me apoyé en uno de los laterales y me dejé dormir. Desperté al rato por un extraño calor que me acompañaba, una fogata. Aún era de noche y llovía por lo que no pude haber dormido durante mucho tiempo, en frente de mi había alguien. Le colgaba todo tipo de porquería, huesos, ajos, y unas pieles de lo más roñosas. Se acercó a mí y me dijo.
-¿Quieres tener más fuerza que el mejor de los cazadores y la fiereza del más temible animal?
-¡Sí!- Contesté.
-No tan rápido Yrian, todo poder requiere un precio.
-¡No me importa el precio a pagar! –Me había embaucado tanto que ni le di importancia al hecho de que se supiese mi nombre.
-Si quieres este poder tendrás que entregar algo a cambio.
-¿¡Qué quiere!?
-Tú le quitas la vida a tus padres y yo te concedo un poder que te acompañará el resto de tu vida.
-¡Acepto! –Ni siquiera lo pensé.
-Como primera parte del trato está bien, pero recuerda que aun tendrás que hacer algo más para zanjar el acuerdo… -Sin que pudiera reaccionar a esas últimas palabras y dándome cuenta de que ahí estaba el truco de todo puso su mano sobre mi cabeza- Piensa en un nombre que te haga rabiar y dilo con firmeza.
Lo pensé durante unos segundos y luego… -¡Afrik! –Al decir eso me convertí en un animal, ¡Un diente de sable!, y como por arte de magia conocía las habilidades con las que había sido bendecido.
-Ahora tienes que cumplir tu parte del trato, cada vez que digas ese nombre alternarás entre humano y animal. Aprende a usar lo mejor de cada parte, y serás imparable.
Salí corriendo de la cueva, a cuatro patas, dejando a ese extraño personaje atrás y con un solo objetivo en mente. No sé cuánto tiempo estuve corriendo hasta llegar a las cuevas pero el camino de vuelta lo hice en tan solo unos minutos. Me adentré en la aldea sin llamar la atención, me había escabullido tantas veces de ella que no me costó entrar sin ser avistado. Al entrar en lo que había sido hasta ese entonces mi hogar todo estaba en orden, ni siquiera se habían preocupado en buscarme. Mi padre estaba en su mesa escribiendo, y mi madre y mi hermana pequeña ya dormían. Rugí, para que mi padre me escuchara y se girara, pero antes de que se diera la vuelta del todo me abalancé sobre él clavándole mis largos dientes en su costado y haciéndole caer hacia detrás, estaba mal herido pero aun respiraba y se percataba de lo que estaba sucediendo. En ese momento mi madre despertó, y mientras el miraba salté hacia ella clavándole los dientes en el cuello, se puso a gritar del dolor hasta que su propia sangre impidió que su garganta produjera más sonidos. Me volví a girar hacia mi padre y mientras lo contemplaba impotente grité -¡Afrik!- Al verme aparecer en forma humana delante de él se le abrieron los ojos tan grandes como la luna en las mejores noches de cacería, saqué su espada de la vaina y con una fuerza inimaginable se la hundí en su pecho, sus últimas palabras fueron -“Pero que has hecho Yrian”-. Mi hermana que apenas tenía unos meses, había despertado y miraba hacia los lados sin saber nada de lo que pasaba. Salí de la tienda, se había despertado casi toda la aldea y me dispuse a luchar contra ellos. Cambiando de forma y con una fiereza incalculable fueron cayendo uno tras otro todos los seres que vivían en esa inmunda aldea. Al terminar era casi de día, había dejado de llover y en ese lugar solo quedaban charcos de agua que lucían rojos de la sangre que había en ellos, cuerpos de hombres, de mujeres y de niños masacrados de una forma nunca vista antes, yo, y mi hermana. Ella no me había hecho nada, y no tenía la culpa de nacer en esa asquerosa aldea. Fui hacia ella, la recogí, hice uso de todas las pertenencias que podía cargar y que podían sernos útiles y nos fuimos de allí hacia el este, en busca de una tierra virgen en la que no nos acusara tanto el frío de Nahanni.
Tras unas semanas caminando, comiendo lo que pillábamos por ahí y bebiendo agua en los pequeños manantiales que formaban las ya derretidas nieves de las montañas que habíamos dejado atrás llegamos a Thanda. El ambiente era mucho más cálido que el del frío lugar que habíamos dejado atrás, y ahí nos instalamos hasta el momento. Muy raramente pasan forasteros por estas tierras, y cuando lo hacen el que intenta jugárnosla sale perjudicado.
El tiempo alojado aquí, y la calidez con la que me trata Dina -Mi hermana- me ha enseñado a tener paciencia, a no dejarme llevar por mis emociones y a saber controlarme en situaciones complicadas. Llevo años practicando para ser un cazador espléndido y enseñando a mi hermana a defenderse lo mejor posible, nuestra cabaña no es que sea el lugar más fácil de asaltar para los bandidos.

Mañana Dina cumplirá los 18 años, y me he despertado con una carta anónima en mi propio hogar que decía “Es hora de que cumplas el segundo trato Yrian. No es justo que Dina crea que eres un héroe”.

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Reflexión final: Esta historia la he rescatado de un personaje que en su momento creé para una historia de rol, y la he adaptado un poco para que tenga un final y algo por lo que pensar. Quiero destacar de este "cuento" la repercusión de tomar medidas muy precipitadas sin tener en cuenta las consecuencias que dicha acción puede desencadenar, Quizá no hoy, ni mañana, pero si en algún momento de nuestro paso por el mundo. Creo que es una "moraleja" simple que se puede ampliar a varios ámbitos de nuestra vida cotidiana y que obviamente puede generar miles de opiniones diferentes. 

Muchísimas gracias al que ha leído hasta el final y espero que sigan entrando al blog en busca de historias y personajes de los que enamorarse.

jueves, 21 de abril de 2016

"Liam", capítulo 1.

Capítulo 1: Desde el subsuelo.


Olía a una mezcla entre whisky, sudor y churros con chocolate. Por el transcurso de la gente en aquella calle peatonal supuse que serían las diez de la mañana y pese a que yo no tenía frío –pues aún llevaba grandes cantidades de alcohol en sangre- llevaban chaquetones de todo tipo. Desde niños con chubasqueros de varios colores hasta señoras con unos abrigos de pieles de la más alta calidad.
No era de las personas más agradables que podías encontrar en esa calle, lucía mi gastada sudadera a rayas en un cutre intento de parecer elegante y unos vaqueros tan desteñidos por el paso de los lavados que aún no sé cómo estaba cada hilo en su sitio, en la mano estaba mi gorro, un viejo gorro de color gris con tantos años como yo de estancia en este lugar, se lo compré a un anciano de origen turco en un mercadillo por dos libras. En él habían varias monedas, al parecer mientras dormía me habían confundido con alguno de esos sin techo que van pidiendo por la calle. Nunca había pedido ni aceptado dinero en la calle, pero en ese momento lo agradecía.
Aún no se cómo llegué ahí pero había pasado la noche en una especie de mini portal, probablemente intenté abrir la puerta pensando que era mi piso hasta que mi estado de embriaguez se alió con el sueño para derrotar a mi cuerpo. Me levanté como pude, recogí las monedas y las metí en el bolsillo izquierdo del pantalón, me puse el gorro para disimular un poco el fatídico estado de mi pelo y avancé cauto hasta la esquina de la calle para comprar unos churros con chocolate con las libras que me habían donado.
¿Es muy raro ingerir estos alimentos en un lugar como este verdad? Manuel, el churrero, era español como yo, atendía a sus clientes con la calidez que representa a la gente de Cádiz, y parecía irle muy bien. A veces, cuando la economía me lo permitía me gustaba ir a desayunar a su puesto, era muy agradable poder hablar con alguien que te contestara en tu mismo idioma y además Manuel tenía algo, no se el qué, que te invitaba a consumir su producto. Era un señor bajito, con una barriga más característica de un alemán de vacaciones en una playa del sur de España, con un bigote espeso pero bien cuidado y que de no ser por que lucía su alopecia sin problema alguno, lo podrían confundir con uno de esos puteros que encuentras rondando de madrugada por Hurry Hazard. Eso sí, su chocolate impregnaba toda la calle de un suave aroma a avellana, y podías adivinar quienes lo probaban por primera vez porque sus ojos lucían brillantes como los de Charlie Bucket cuando vio el impresionante río del señor Willy Wonka.
Me acerqué dando tumbos, me dolía todo el cuerpo, estaba en ese momento en el que te dices a ti mismo: “No vuelvo a beber”, intentando autoconvencerme a mí mismo de que sería la última vez que volvería a cogerme semejante tajada.
- Churros con chocolate para una persona por favor.
Pedí. Sentir el calor del puesto me hizo ver el verdadero frío que hacía, de repente me di cuenta de que estaba tiritando.
- ¿Mala noche?
Suspiré.
- No lo sé Manuel, mi mente no quiere recordar aún que hice anoche.
- Debería dejar de destrozar su cuerpo de esa manera, aún está a tiempo-. Me dijo sonriendo, aunque en sus ojos se podían distinguir destellos de preocupación.
Cuando le fui a pagar no quiso aceptar el dinero, con una amable sonrisa me soltó un “invita la casa”. Sin hacerle mucho caso le dejé dos libras en el mostrador y me retiré a disfrutar de mi desayuno.
Mi piso estaba solo 3 calles más atrás de en la que me había despertado, aunque aparentemente vivía cerca de allí la diferencia entre las dos calles era semejante a la de una puesta de sol y a un eclipse lunar. La calle en la que había despertado era una maravilla, gente paseando a todas horas, comercios abiertos, personas que se ganaban la vida tocando en la calle, o haciendo de mimo. La carretera que pasaba por mi calle era todo lo contrario, había tanta soledad que parecía que se levantaba niebla en la calle. Un pequeño restaurante tailandés se levantaba justo en frente de mi ventana, nunca había visto entrar a ningún cliente, y nunca lo llegué a ver, en alguna ocación me llegué a plantear acudir en busca de trabajo, pero la idea de que me hicieran probar esos horrorosos platos no me dejaba pasar de la puerta. Realmente la máxima vitalidad de la calle era algún gato callejero que se dejaba caer por los rincones de los callejones para ver si con suerte a algún vecino le había sobrado algo de la cena anterior.
Mi hogar, por llamarlo de alguna manera, no mejoraba mucho lo visto en el exterior, vivía en un diminuto apartamento, en una tercera planta en el que solo había tres pequeños cuartos, el baño, la cocina y una habitación. La cocina era un auténtico desastre, había una cocinilla de gas, una mesa tan coja que las servilletas podían hacer slalom, una anticuada tostadora que no avisaba cuando estaban hechas y el fregadero. Hacía poco que se me había roto la nevera y el casero no me lo quería arreglar porque debía ya varios meses, sinceramente no parecía que le fuera a pagar próximamente. Más de una vez pensé en dejar los congelados en la ventana, con el frío que hacía se podían conservar perfectamente. La habitación tenía un catre con una especie de colchón encima, y un sillón tan mohoso que creo que tenía su propio ecosistema creado, nunca llegué a usarlo. El baño era más bien digno de un geriátrico de los años 50, lo único que agradecía era que tenía bañera, y de momento, agua caliente.
Llegué al piso tras cruzar las 3 calles, nunca se me había hecho tan largo ese trayecto, entré al edificio bajo la mirada de Ubo, -según me habían dicho era el dueño del tailandés- y evitando un enfrentamiento con el casero, subí las escaleras haciendo un uso excesivo del pasamanos, como si de un anciano cascado por la osteoporosis se tratara. Devoré los churros con chocolate, estaban ya un poco tibios pero eso no me impidió que me los comiera en cuestión de segundos, dejé los restos en la mesa y mientras me alejaba a pegarme un buen baño escuché como el envoltorio de los churros se deslizaban sobre la mesa coja hasta caer al suelo, ni me molesté en mirar atrás. Me fui quitando la ropa y dejándola caer por la casa hasta llegar al baño. Abrí el agua caliente y llené la bañera. Estaba ardiendo, pero me importaba poco, más bien era la temperatura exacta que buscaba. Me pasé unos 20 minutos dentro, como una langosta a punto de ser cocinada. Al levantarme solo tenía fuerza para caminar hasta la cama, me dejé caer en ella y me abrigué con todas mis fuerzas, aún estaba empapado, y parecía que estaba cultivando un pequeño resfriado.

Por cierto, aún no me he presentado. Mi nombre es Liam y aún no sé qué sería de mi vida si no me hubiese ido a vivir a Leeds.