Mi nombre es “Yrian Diente de Sable” y esta es mi
historia:
Nací en una cómoda aldea en las montañas de Nahanni, de la
cual ya no queda ni rastro. Mi nacimiento fue prematuro, mi madre dio a luz un
mes y medio antes del tiempo estimado y esa fue la causa de que mi constitución
fuera más débil que la del resto de los niños. Para todos era un milagro que yo
siguiera vivo, que siguiera creciendo pese al frío y pese a que mi cuerpo no
iba a tener la fuerza suficiente para combatir a la madre naturaleza. Mi
infancia fue satisfactoria, el ser hijo de los jefes de la aldea me hacían un
niño con bastante poder sobre el resto, pese a que ellos tenían unos atributos
físicos claramente superiores. Eso me gustaba. Pero al cumplir los 8 años tuve
las primeras consecuencias de mi fortuito nacimiento. En casi todas las aldeas
de Nahanni cuando se cumplían los 8 años era el momento en el que los pequeños
se convertían en adultos, se empezarían a preparar para el arte de la caza, y
para el arte de la guerra con el fin de poder alimentar y defender la aldea de
todos los posibles peligros que acechaban a nuestro hogar. A mí me destinaron
al huerto… Con las niñas.
Odio recordar esos meses de vida, viendo continuamente como
padres e hijos llegaban juntos de sus viajes arrastrando las presas con sus
caballos. Triunfales, entre carcajadas y el aplauso de todas las mujeres de la
aldea. Eran héroes.
Me pasé semanas escabulléndome por las noches para aprender
yo solo a pelear, a cazar y a defenderme. Practicaba con los utensilios del
huerto. Si era cierto que mi cuerpo no tenía la fuerza del resto de los niños
también lo era el que mi cuerpo gozaba de una agilidad nunca antes vista en la
aldea, era más rápido que ninguno sin duda alguna. Tras semanas intentando
mejorar por mi propia cuenta mis habilidades me presenté ante mi padre y le
dije que estaba preparado para ir con ellos, contándole con entusiasmo y
haciéndole una representación gráfica de la agilidad de mi cuerpo. Afrik, mi
padre, me dijo que sacara su espada de su vaina. Lo hice y automáticamente se
calló al suelo del peso, me soltó un puñetazo en el hombro del que salí
despedido unos metros hacia atrás y me dijo. –¡Inútil! ¡Nunca serás un buen
cazador! ¡Maldigo el día en el que naciste!-. Salí de allí corriendo, fuera
diluviaba y no se veía nada, (la luna no lucía brillante esa noche), aun así no
me importó lo más mínimo. Seguí corriendo y corriendo durante un largo tiempo,
las lágrimas en mis ojos se fundían con las gotas de la pesada lluvia que caía
sobre mí y que hacían que el terreno fuera una mezcla entre fango y barro.
Por fin di con una cueva, entré en ella calado hasta los huesos, me apoyé en uno de los laterales y me dejé dormir. Desperté al rato por un extraño calor que me acompañaba, una fogata. Aún era de noche y llovía por lo que no pude haber dormido durante mucho tiempo, en frente de mi había alguien. Le colgaba todo tipo de porquería, huesos, ajos, y unas pieles de lo más roñosas. Se acercó a mí y me dijo.
-¿Quieres tener más fuerza que el mejor de los cazadores y la fiereza del más temible animal?
-¡Sí!- Contesté.
-No tan rápido Yrian, todo poder requiere un precio.
-¡No me importa el precio a pagar! –Me había embaucado tanto que ni le di importancia al hecho de que se supiese mi nombre.
-Si quieres este poder tendrás que entregar algo a cambio.
-¿¡Qué quiere!?
-Tú le quitas la vida a tus padres y yo te concedo un poder que te acompañará el resto de tu vida.
-¡Acepto! –Ni siquiera lo pensé.
-Como primera parte del trato está bien, pero recuerda que aun tendrás que hacer algo más para zanjar el acuerdo… -Sin que pudiera reaccionar a esas últimas palabras y dándome cuenta de que ahí estaba el truco de todo puso su mano sobre mi cabeza- Piensa en un nombre que te haga rabiar y dilo con firmeza.
Lo pensé durante unos segundos y luego… -¡Afrik! –Al decir eso me convertí en un animal, ¡Un diente de sable!, y como por arte de magia conocía las habilidades con las que había sido bendecido.
-Ahora tienes que cumplir tu parte del trato, cada vez que digas ese nombre alternarás entre humano y animal. Aprende a usar lo mejor de cada parte, y serás imparable.
Por fin di con una cueva, entré en ella calado hasta los huesos, me apoyé en uno de los laterales y me dejé dormir. Desperté al rato por un extraño calor que me acompañaba, una fogata. Aún era de noche y llovía por lo que no pude haber dormido durante mucho tiempo, en frente de mi había alguien. Le colgaba todo tipo de porquería, huesos, ajos, y unas pieles de lo más roñosas. Se acercó a mí y me dijo.
-¿Quieres tener más fuerza que el mejor de los cazadores y la fiereza del más temible animal?
-¡Sí!- Contesté.
-No tan rápido Yrian, todo poder requiere un precio.
-¡No me importa el precio a pagar! –Me había embaucado tanto que ni le di importancia al hecho de que se supiese mi nombre.
-Si quieres este poder tendrás que entregar algo a cambio.
-¿¡Qué quiere!?
-Tú le quitas la vida a tus padres y yo te concedo un poder que te acompañará el resto de tu vida.
-¡Acepto! –Ni siquiera lo pensé.
-Como primera parte del trato está bien, pero recuerda que aun tendrás que hacer algo más para zanjar el acuerdo… -Sin que pudiera reaccionar a esas últimas palabras y dándome cuenta de que ahí estaba el truco de todo puso su mano sobre mi cabeza- Piensa en un nombre que te haga rabiar y dilo con firmeza.
Lo pensé durante unos segundos y luego… -¡Afrik! –Al decir eso me convertí en un animal, ¡Un diente de sable!, y como por arte de magia conocía las habilidades con las que había sido bendecido.
-Ahora tienes que cumplir tu parte del trato, cada vez que digas ese nombre alternarás entre humano y animal. Aprende a usar lo mejor de cada parte, y serás imparable.
Salí corriendo de la cueva, a cuatro patas, dejando a ese
extraño personaje atrás y con un solo objetivo en mente. No sé cuánto tiempo
estuve corriendo hasta llegar a las cuevas pero el camino de vuelta lo hice en
tan solo unos minutos. Me adentré en la aldea sin llamar la atención, me había
escabullido tantas veces de ella que no me costó entrar sin ser avistado. Al
entrar en lo que había sido hasta ese entonces mi hogar todo estaba en orden,
ni siquiera se habían preocupado en buscarme. Mi padre estaba en su mesa
escribiendo, y mi madre y mi hermana pequeña ya dormían. Rugí, para que mi
padre me escuchara y se girara, pero antes de que se diera la vuelta del todo
me abalancé sobre él clavándole mis largos dientes en su costado y haciéndole
caer hacia detrás, estaba mal herido pero aun respiraba y se percataba de lo
que estaba sucediendo. En ese momento mi madre despertó, y mientras el miraba
salté hacia ella clavándole los dientes en el cuello, se puso a gritar del
dolor hasta que su propia sangre impidió que su garganta produjera más sonidos.
Me volví a girar hacia mi padre y mientras lo contemplaba impotente grité -¡Afrik!-
Al verme aparecer en forma humana delante de él se le abrieron los ojos tan
grandes como la luna en las mejores noches de cacería, saqué su espada de la
vaina y con una fuerza inimaginable se la hundí en su pecho, sus últimas
palabras fueron -“Pero que has hecho Yrian”-. Mi hermana que apenas tenía unos
meses, había despertado y miraba hacia los lados sin saber nada de lo que
pasaba. Salí de la tienda, se había despertado casi toda la aldea y me dispuse
a luchar contra ellos. Cambiando de forma y con una fiereza incalculable fueron
cayendo uno tras otro todos los seres que vivían en esa inmunda aldea. Al
terminar era casi de día, había dejado de llover y en ese lugar solo quedaban
charcos de agua que lucían rojos de la sangre que había en ellos, cuerpos de
hombres, de mujeres y de niños masacrados de una forma nunca vista antes, yo, y
mi hermana. Ella no me había hecho nada, y no tenía la culpa de nacer en esa
asquerosa aldea. Fui hacia ella, la recogí, hice uso de todas las pertenencias
que podía cargar y que podían sernos útiles y nos fuimos de allí hacia el este,
en busca de una tierra virgen en la que no nos acusara tanto el frío de
Nahanni.
Tras unas semanas caminando, comiendo lo que pillábamos por
ahí y bebiendo agua en los pequeños manantiales que formaban las ya derretidas
nieves de las montañas que habíamos dejado atrás llegamos a Thanda. El ambiente
era mucho más cálido que el del frío lugar que habíamos dejado atrás, y ahí nos
instalamos hasta el momento. Muy raramente pasan forasteros por estas tierras,
y cuando lo hacen el que intenta jugárnosla sale perjudicado.
El tiempo alojado aquí, y la calidez con la que me trata Dina
-Mi hermana- me ha enseñado a tener paciencia, a no dejarme llevar por mis
emociones y a saber controlarme en situaciones complicadas. Llevo años
practicando para ser un cazador espléndido y enseñando a mi hermana a
defenderse lo mejor posible, nuestra cabaña no es que sea el lugar más fácil de
asaltar para los bandidos.
Mañana Dina cumplirá los 18 años, y me he despertado con una
carta anónima en mi propio hogar que decía “Es hora de que cumplas el segundo
trato Yrian. No es justo que Dina crea que eres un héroe”.
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Reflexión final: Esta historia la he rescatado de un personaje que en su momento creé para una historia de rol, y la he adaptado un poco para que tenga un final y algo por lo que pensar. Quiero destacar de este "cuento" la repercusión de tomar medidas muy precipitadas sin tener en cuenta las consecuencias que dicha acción puede desencadenar, Quizá no hoy, ni mañana, pero si en algún momento de nuestro paso por el mundo. Creo que es una "moraleja" simple que se puede ampliar a varios ámbitos de nuestra vida cotidiana y que obviamente puede generar miles de opiniones diferentes.
Muchísimas gracias al que ha leído hasta el final y espero que sigan entrando al blog en busca de historias y personajes de los que enamorarse.
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